Los 10 nombres más raros de las cosas más normales
Si la memoria no nos falla, en algún que otro post de nuestro blog ya mencionamos que, para bien o para mal, el español, o castellano, o lengua cervantina, es una lengua muy rica.
De hecho, es tan copiosa que incluye nombres tan raros que solo se saben tres tipos de personas: los académicos, los frikis de Coca-Cola y ganchitos, o los que se aburren en el trabajo y les da por preguntar cualquier parida a Google.
Sí, efectivamente, como ponerse a ver Twitch era demasiado cantoso y había que fingir que estamos haciendo algo productivo, hemos buscado “nombres raros” para escribir este post y, de paso, hacer tiempo hasta las 18:00 h.
No, no nos estábamos refiriendo a nombres propios como el de tu tía Edubigria ni el de tu abuelo Panasicleto, preciosos los dos. Más bien, estábamos pensando en los nombres rarísimos que tienen algunas cosas comunes, cosas que nos rodean cada día y que no tenemos más remedio que nombrar recurriendo a palabras comodín como “cosa”, “coso”, “chisme” o “vaina”, o construcciones tipo “lo del”, “lo que hay en” o “el dese de”, con sus respectivas variantes de género y número.
La verdad es que la lista que nos ha brindado San Google está llenita de perlas lingüísticas. Así que, deja un segundo la Coca-Cola y los ganchitos, que aquí va la de nuestra propia cosecha.
1. Giste
Empezamos nuestra lista particular de nombres raros con “giste”, una palabra de origen alemán, Gischt. El giste es el nombre finolis de la espuma de la cerveza, ¿cómo se te queda el cuerpo, Mari Carmen?
No es de extrañar que venga del alemán al igual que una palabra que también pertenece al ámbito del bebercio: “brindis”, de bring dir’s. Pero quitémonos de la cabeza la imagen de unos alemanes levantando el brazo, por favor.
2. Agrafe
Si eres de descorchar botellas, te has topado con uno de estos malditos. El agrafe es esa pieza de metal finísimo que se usa para sujetar el corcho y hacerte perder unos valiosos segundos de tu única vida mientras se la quitas. Pasa lo mismo que con el plastiquito del pan de molde, solo que el agrafe nunca lo perdemos: se va directamente a la basura.
3. Estepicursor
Conocido entre los profanos (nosotros incluidos) como el “matojo ese de las pelis del Oeste”, es el matojo ese de las pelis del Oeste, que siempre se pone a rodar en mitad de cuadro y le jode la toma al director.
El estepicursor es una planta rodadora que, cuando está madura, se desprende de la raíz y se va a vivir su vida. Como el joven que se independiza en España, solo que antes de los 40 años.
4. Lúnula
Aunque nos ha gustado como nombre para una perrita que adoptemos, se refiere al espacio en forma de semiluna que hay en la base de la uña, una zona inexpugnable al abrigo de los mordiscos humanos más insistentes y poderosos.
Por cierto, la costumbre de morderse las uñas y tragárselas no provoca apendicitis, como algunos creen. Pero, por si acaso, y ya que vas a hacer una guarrada, mejor cómete los mocos, que son más digestivos.
5. Fosfeno
El fosfeno es esa especie de manchas luminosas blancas o rojas que ves cuando aprietas mucho los ojos. Aparecen cuando el glóbulo ocular se somete a una presión extrema. Tal vez hayas “percibido” el fosfeno en el baño, cuando, esta vez al abrirse, la presión en otro ojo también es extrema.
6. Petricor
El petricor es lo que todo hijo de vecino llamamos “olor a lluvia”, ese olorcillo que se levanta en el aire cuando está empezando a chispear. Al parecer, el tufillo se produce cuando las bacterias del suelo liberan sus esporas con las primeras gotas de agua.
Vamos, que el petricor es como las flatulencias de un puñado de bacterias remojadas. ¿Asco? Busca después “café mono” y “castor vainilla”, ya verás tú lo que es el asco de verdad.
7. Jeme
Resuena un poco a “gemido”, pero no tiene nada que ver. El jeme es la distancia que hay entre el dedo pulgar y el índice, separándolos al máximo. Hay quien dice por ahí que esos centímetros son los mismos que tiene cierto órgano masculino… Oye, pues al final quizás sí tenga que ver con lo primero.
8. Virgulilla
Esta tal vez sea la más conocida de esta lista de nombres raros de cosas cotidianas. La virgulilla es el “palito” de la Ñ, una letra más española que la tortilla de patatas o llevarse las empresas a Andorra. El origen de este signo ortográfico era una N doble de palabras latinas que, con el tiempo, fue simplificándose. Por ejemplo, “annus” = “año”.
Nosotros, la verdad, lo único que mandaríamos a Andorra es a quienes hacen la tortilla de patatas sin cebolla, pandilla de judas. Y, si sobra sitio, también a los que se comen la pizza con piña.
9. Sangradura
Venga, que esta es más fácil que la virgulilla. Tiene que ver, claro, con la sangre. Concretamente, es la parte del brazo opuesta al codo, el lugar por donde los antiguos médicos (matasanos, más bien) desangraban a los pacientes para librarlos del “mal humor”, que era como llamaban a una dolencia cuando no tenían ni pajolera idea de lo que era.
La lógica dice que sería al revés: cuando te pones de mala hostia es justamente cuando te sangran vivo sin motivo. ¿O tú has visto a alguien salir de un banco tocando las palmas?
(Por cierto, ¿por qué la gente mayor tiene la manía de coger siempre por el codo?)
10. Herrete
¡Ja, esta sí la sabíamos! Dedicándonos a diseñar y vender cordones, cómo no íbamos a saber lo que es un herrete.
El herrete es el… chisme ese de los cordones, el dese que se pone en las puntas para pasarlos por los desos, los… agujeros… ¡ojales, que no nos salía! (Son ya casi las seis y tenemos las neuronas pidiendo ya la primera cervecita, con su buen giste).
Vale, pues, antes de irte a buscar “café mono” y “castor vainilla”, tienes que hacer algo mucho más importante que descubrir lo que sale del trasero de un animal. Y es responder a la siguiente pregunta: si te cambias de ropa a diario (salvo algún día en invierno), ¿por qué siempre llevas los mismos cordones?
Sí, cambiarse los cordones es una de las cosas que más pereza dan, pero eso es porque solo nos los cambiamos cuando se rompen, cuando hay necesidad.
Hacer algo por necesidad es un palo porque lo hacemos a disgusto, nos toca los bemoles. Es como el trabajo: anda que íbamos a estar nosotros aquí si no fuera por esa extraña manía que tenemos de comer tres veces al día. Pero, si hacemos algo por placer, ya la cosa cambia. Ahí sí que nos gastamos lo que no está escrito y “a vivir, que son dos días” o “que nos quiten lo bailado”, ¿eh?
¿Y cómo hacer que cambiarse los cordones no dé pereza? Pues dejar de verlos como un chisme que solo sirve para atarse las bambas y a correr. Unos estampados, unos colores brilli-brilli, un toque que convierte unos simples cordones en complementos de moda de lo más enrollados.
Si le has dado muchas vueltas a tu estilo y no terminas de encontrarlo, ¡haz clic en el enlace y dale la última con los cordones de Sliwils!
P. D.: Antes de irnos de cañas, te decimos que todos tienen el mismo precio y envíos gratis dentro de España a partir del 2.º producto. A quienes se comen la tortilla de patatas sin cebolla sí les cobramos el envío.
Comentarios (1)
Naaa, se cambian cada que los lavas.
;3